domingo, 25 de noviembre de 2012

Risas van, risas vienen. Los muchachos se entretienen.



Una noche normal, una cena normal. Un grupo de amigos se había reunido con motivo del vigésimo cumpleaños de Ana. El plan era sencillo. Un par de pizzas en su casa, alguna cervecita y una vuelta por la zona. Nada hacía presagiar la comedia trágica que se iba a vivir de forma inminente en aquel comedor. 
La conversación no era muy sustancial. Saltábamos de un tema a otro y hacíamos algunas gracias. Era una conversación amena y distendida. Cada uno un poco a su rollo hablando con tal o cual. Cuando de pronto, y con motivo de un comentario que rayó lo estúpido, una curiosísima risa atrajo la atención de todos los presentes.

El espíritu de la risa se apoderó del pobre chico. Le entró la risa floja, literalmente. De pronto comenzó con una potente carcajada, sin duda los preliminares de algo muchísimo más grandioso. La carcajada comenzó a hacer un brillante recorrido por todos y cada uno de los tonos audibles por el ser humano, empezando por una risa estándar que subió poco a poco su tono de forma constante hasta romper la barrera del ultrasonido. Dando paso a una risa muda e histriónica. Una infame carcajada carente de oxígeno que hacía peligrar la integridad física del pobre muchacho. Una risotada que le impedía realizar cualquier acción que no fuese contraerse sobre sí mismo en un esperpéntico y dantesco baile dirigido por la más malvada criatura del humor agónico. Su rostro morado era fiel reflejo de cómo su cuerpo, en un acto de salvación, intentaba coger aire pero no podía por culpa de la risa. Una lucha titánica y ansiosa contra sí mismo en la que no podíamos participar debido a la comicidad del momento.

Finalmente consiguió calmarse. Y tan pronto apagó su maquinaria maligna de control de masas, el hechizo se rompió y volvimos a gozar de una libertad que habíamos perdido por momentos. Pero cuán cruel es la flojera. Tan pronto como la primera tontería voló por la sala se inició de nuevo una terrible risotada aún más histriónica que la anterior.

En definitiva la noche fue una comedia trágica digna de Sófocles o algún griego de estos. Una noche para recordar. Una cena divertida. Una noche genial.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Catetopólogos en acción o cómo pasar una tarde antropológica


¡Venga que hoy venimos fuertes! Hace ya más de una semana que tengo descuidado esto y ya va siendo hora de escribir sobre algo. Ha sido duro, una semana de encierros en la universidad para leer y hacer algunos trabajos. Aburriiiiiiiido. Pero no siempre es aburrido. Hoy, en la nueva línea programa de estudios intensivos nos hemos dedicado al trabajo de antropología. Una investigación en un centro comercial empleando la técnica de la observación participante. Y como autor de este blog de aventuras, voy a intentar haceros partícipes de nuestra odisea antropológica.
Nuevo Centro. Valencia
“Operación participante”
 4:30 pm.
La parada de metro del Turia desembocaba en las entrañas mismas de Nuevo Centro. Desorientados, tres sociólogos se planteaban por dónde comenzar en tan inmensa e inédita tarea. Sentados en la terraza del Mc Donald’s y tras unos instantes de discusión por la metodología que emplearíamos nos encontrábamos en disposición de comenzar la misión. Quizás fuese por “las cobras” que sufrieron mis dos valiosos compañeros de trabajo en su anterior expedición, quizás fuese por lo molesto que pueden resultar las encuestas… Sea como fuere no teníamos unas expectativas globales muy decentes en cuanto a la reacción de los encuestados. 

Sin embargo, la realidad superó a las expectativas con creces. En apenas media hora teníamos 5 entrevistados y seguíamos en una racha maravillosa. Mc Donald’s, Foot Locker e incluso General Óptica habían respondido con más que amabilidad, e incluso salero, a nuestra insidiosa entrevista. Es más, en el caso de los ópticos salimos con regalitos de la tienda. Gotitas para los ojos, un folleto con el que hemos descubierto que tenemos un daltónico en el grupo, unas gafitas para los rayos uva (¡ay Mary qué bien me ha venido esto último!) y un pañuelito con el que limpiar los cristales de las gafas. ¿Utilidad sin utilizar gafas? Qué más da ¡es gratis! 

Inmersos en un furor merecido por nuestro éxito y con una actitud propia de triunfadores entramos dentro del edificio en sí, puesto que todo lo anterior había sido alrededor de la pirámide musical. Pues bien, tan pronto como entramos en el edificio el viento cambió de dirección. Y lo que era una brisa suave pero firme que hacia surcar nuestro velero antropológico a toda vela por las aguas de la investigación se tornó en una tormenta de verano. Rápida e intensa. En The Phone House encontramos nuestro primer escollo. 

Como en las anteriores ocasiones los tres entramos en el establecimiento y observamos rápidamente quién podría ser la persona que pudiese contestar nuestras preguntas. El objetivo nos localizó a nosotros, pero aún con todo supimos rearmarnos rápidamente. La chica cedió, no sin lanzar un pequeña pullita, y aceptó a escucharnos. La primera pregunta no supo respondérnosla y recurrió a un compañero suyo. Que tampoco supo darnos una respuesta concreta, por lo que recurrió a Rosa. Suponíamos que una vez ya metidos en faena la tal Rosa no nos pondría pegas. Craso error. Ante nosotros apareció la encargada Rosa que nada más vernos y sin capacidad de réplica nos echó de mala manera del local. Posiblemente no fuese aún rosa y estaba aún en estado de capullo…

El episodio floral abrió la puerta de la duda. Y no mucho después, tras seguir con nuestra observación participante, un guardia nos enganchó por banda. Debíamos pedir permiso a la administración del centro comercial para poder hacer una investigación o una simple encuesta.

Estábamos en el nivel 1 de notoriedad. 

Así pues, siguiendo las indicaciones del guardia encontramos el pasillo hacia administración. Un largo y grisáceo pasillo que se alargaba más y más a medida que caminábamos por él. En el fondo una pequeña ventanilla con un marco blanco dejaba ver como al otro lado dos hombres trajeados y una mujer mantenían una animada conversación. Nosotros al otro lado éramos meros espectadores. Fantasmas sin voz ni voto, entes sin derechos siquiera a ser mirados. Esto último más que confirmado cuando uno de los hombres salió al pasillo y sin dirigirnos la palabra nos apartó para continuar su camino. Aún tuvimos que esperar unos minutos más a que la mujer dejara el teléfono y nos atendiera. Y entonces todo sucedió. Descubrimos con pavor que nos consideraban algo así como ¡encuestaterroristas! Mercenarios de la encuesta con fines lucrativos…

Es comprensible pensar desde la dirección del centro comercial que tres jóvenes pertrechados con inconfundibles mochilas escolares y haciendo una encuesta que podría clasificarse de escasa, insustancial e inexacta, fuera realmente agentes de una empresa de espionaje industrial altamente peligrosa. Necesitábamos más niveles de seguridad que para entrar al pentágono. Una carta desde el departamento de antropología de la UV y un informe detallado de la metodología de la encuesta, las preguntas y los fines que se perseguían con ello. ¡Toda una locura! Como es lógico y en pos de mantener el orden público debíamos parar el trabajo. No podría soportar el peso moral de provocar una guerra entre la administración de Nuevo Centro y la de la UV. Así que abando… ¡JAMÁS!

Nivel 2 de notoriedad. ¡Qué emoción!

Había que ser más discretos y ¿qué mejor forma que pretender hacer alguna que otra foto? Por suerte o por desgracia no pudimos llevar a cabo esta descabellada idea ya que no había forma material de hacer las fotografías. De tal forma que nos sentamos en un banco y empezamos una observación detallada sobre lo que había a nuestro alrededor. Nada interesante. Salvo quizás la clase de salsa, country ¿jota? Que se estaba desarrollando en la planta baja. Todo un elenco de ancianos en general divididos por razón de sexo en dos bancadas distintas. No sabemos si de forma casual o intencionada. En medio y dándolo todo unos pocos bailaban al ritmo de la música.

Finalmente y tras casi cuatro horas de observación participante hemos decidido dejarlo por hoy y celebrar la victoria cenando pizza y viendo alguna que otra chorrada en youtube.

Y esto es todo por hoy mis catetillos. 

¡Hasta la próxima!

martes, 13 de noviembre de 2012

¡Antonio! ¿Estás ahí?



¡Cuánto mal puede hacer errar en un número del número de teléfono al dárselo a otra persona! Desde hace uno o dos meses mi teléfono fijo es víctima de una increíble cantidad de llamadas preguntando por Antonio. En un primer momento el caos cundió por doquier, pues sin ser plenamente consciente de que ya no vivía en la casa de mis padres mandé esperar a mi interlocutor para llamar a Antonio. Pues tal es el nombre de mi padre. Tras unos breves instantes en los que mi subconsciente dominó al resto, la parte consciente de mí tomó las riendas y conseguí entender cuán equivocado estaba quien quiera que preguntara por Antonio. Sin duda debía ser una equivocación. Se lo hice notar y entre risas colgamos. Era una anécdota más. No muy graciosa, pero quizás lo suficiente para comentarla con alguna persona camino de la universidad en bus o similar. Sin embargo la cosa no quedó aquí…

Día 2 

Al poco tiempo una nueva llamada resonaba en mi cocina. Esta vez un sábado a una hora endiablada para amanecer después de haber trabajado la noche anterior. Una mujer preguntaba de nuevo por Antonio. Esta vez más rápido que en la primera llamada negué que aquí viviese cualquier Antonio. Colgué y me encaminé hacia la cama en un intento pueril por volver a dormirme. Craso error. Nada más dejarme caer sobre la cama, el teléfono volvió a sonar. Molesto por la casualidad de que me llamaran dos personas distintas en un espacio de tiempo tan reducido volví a descolgar. De nuevo una voz familiar me preguntó por Antonio ¿Podría ser cierto? Le pregunté a la mujer a qué número estaba llamando. Era sin duda alguna mi número. -Vaya, habré entendido mal el número, disculpa- usó como excusa. Y volví a colgar desentendiéndome del tema.

Día 3.
  
Rondaba ya por mi cabeza la sospecha oscura de que el tal Antonio se hubiese podido equivocar con alguien más al dar el numerito de marras. Y tal parece que fue así. Esta vez llamaban de una oficina. Una chica muy amable preguntaba por Antonio de nuevo en relación a unos presupuestos. Ya precavido por la sospecha le pregunté a qué número llamaba y vi como la sospecha se tornaba en una realidad. Antonio, el viejo Antonio nos la había jugado…

Día 4 y sucesivos…

Habituado ya a las llamadas de gente preguntando por Antonio y habiendo estandarizado una respuesta que no diese pie a réplicas del llamador frustrado tales como –vaya lo siento-, -¿y sabe cómo contactar con Antonio? (esta me encanta) o la mejor sin duda: -debe ser una lata recibir tantas llamadas preguntando por alguien que no vive ahí-. Este último se llevo la palma. Entra dentro con honores en la lista de gente que hace el tonto por hacerse el simpático. 

Centro de caos y conflicto
Sin embargo toda esta locura telefónica dio un paso más allá cuando una noche lluviosa a eso de las tres o quizás cuatro de la mañana alguien tocó al timbre de casa. ¿Sería posible que hubiese relación? Realmente no, pero como ya dije es más gracioso entrelazar sucesos pese a que no sean cercanos ni por asomo. Miré a mi compañero de piso extrañado. ¿Era un sueño o realmente habían llamado a la puerta? Dubitativo y confuso me encaminé por el oscuro pasillo hasta enfrentarme cara a cara al misterio. ¿Quién es? –Yo, ¡ábreme!- 

¡Dios qué confuso! ¿Yo? Quizás me hubiese desdoblado en dos y estaba hablándome a mí mismo por telefonillo… No, realmente no era posible por muy dormido que estuviese. Pero habría tenido gracia. Sólo sé que llovía a cántaros y no iba a dejar a una pobre muchacha en la calle. Abrí la puerta del portal y eché el pestillo. Vaya a ser…

Una cosa eran las llamadas por teléfono preguntando por Antonio. Nuestro amigo Antonio, pero esto… Esto superaba con creces el nivel de “paranoicidad” que puedo tolerar. Quizás mi hermana tuviese razón aquella vez en la que apareció “sangre” en el comedor arguyendo que el Monje creaba un aura de misterio y “mal rollito”.

Después de esto ya no se ha vuelto a saber nada más del pobre Antonio. Curioso ha sido que mientras escribía estas líneas han llamado al teléfono. Pero no preguntaban por Antonio. Qué pena había empezado a reconstruir la historia de Antonio a través de las personas que le llamaban. Era un tipo guay. A veces pienso en Antonio y qué habrá sido de él.

lunes, 5 de noviembre de 2012

¿A qué piso va? -Al sótano, por favor-


¿Será cierto que cuando estamos en grupo perdemos parte de nuestra voluntad y nos dejamos llevar por el colectivo? Y siendo así ¿Puede resultar el colectivo más traumático e insultante para la inteligencia que una sola persona?

No quisiera entrar en cuestiones epistemológicas a estas horas de la tarde y menos ahora que estaba enfrascado en una lectura sobre internados. Pero el recuerdo fugaz de lo que ha pasado hoy en el ascensor de la universidad ha hecho abrir rápidamente el editor de texto para escribirlo. Pues bien en estas que estamos yendo hacia informática que se sitúa en otro aulario que no es el nuestro habitual. Hay que subir tres pisos, aunque al llegar estás en el segundo piso… Junto a las escaleras hay un ascensor cuyo poder de atracción ha sido irresistible para un grupo de vagos sociólogos. ¿Qué parte de 600 kilos como máximo no entendimos? Aún no lo sé. Cualquier ser cabal y racional al darse cuenta de que rebosaba el ascensor hubiese decidido subir por las escaleras. O incluso, haciendo un esfuerzo mental, pensar en esperar a que bajara de nuevo vacío. Pero no se ha dado el caso. 

A esta primera señal, el que no cupiésemos literalmente en el ascensor, hay que sumarle una segunda. Quizás más clara que la primera. La puerta no cerraba. Aún así, empecinados en nuestra decisión forzamos a que el ascensor suba. Qué terrible error… Si bien es cierto que la puerta ha cerrado, no era buena señal. De pronto un fuerte ruido se ha escuchado y el ascensor ha dado un pequeño golpe. Los nervios comenzaban a aflorar y buena prueba de ello era ver como Patricia apretaba al botón de alarma como si no hubiese un mañana. El ascensor ha seguido dando botes y descendía poco a poco. En mitad de su bajada se han abierto las puertas y nos hemos encontrado entre pisos. Sin apenas movernos del poco espacio que había en el ascensor, con Patricia golpeando insistentemente el botón de rescate y el ascensor bajando lentamente hasta el confín de la facultad y en busca de la mismísima puerta del infierno se mascaba la tragedia. No había salida ¿moriríamos? Si lo pensamos de forma racional no. Pero ¡que cunda el pánico! Es mucho más divertido…

Finalmente hemos acabado en el sótano y tan pronto las puertas se han abierto hemos salido en estampida como alma que lleva el diablo. Dejando tras de nosotros un ascensor hundido y una nueva prueba de que todos somos un poco más catetos de lo que pensábamos…

¡Hasta la próxima sociólogos catetos!