Hay días en los que recuerdas algo de tu pasado. Días en los que descubres como pese al paso de los años hay cosas que en realidad no cambian nunca. Y como os digo hoy es uno de esos días. No sé cómo ni por qué pero he acabado releyendo una entrada escrita exactamente hace cuatro años y quizás por la coincidencia de que un 25 de marzo lea una entrada escrita otro 25 de marzo cuatro años antes o porque me gusta, haré hoy una doble entrada.
Por aquel entonces estaba yo aún en bachiller, primero para ser más exactos. Y releyéndola me he dado cuenta, como os he dicho, de que algunas cosas no cambian. Me he permitido el lujo de retocar la entrada, pero en líneas generales es la misma:
Bien, desde que acabó fallas me está ocurriendo un fenómeno extraño que
me lleva por la calle de la locura máxima. Resulta que, como todo hijo de Dios, debo estar en
determinados sitios a unas horas concretas, como es el caso del instituto
(8:05) o el cursillo de árbitros (18:00). Y aunque consigo, acompañado de
altas dosis de buena suerte, llegar a la hora; no hay día que llegue
tranquilo. Siempre me ocurren miles de minucieces que al unirse crean un
mundo de adversidades. Un claro ejemplo fue el primer día de
clase:
Era lunes y estaba adormilado porque la noche anterior me quedé
terminando (y también empezando) un trabajo para el lunes en cuestión.
Total que a eso de las 7:45 más o menos me levanto de un salto alarmado
porque llegaba tarde, con su correspondiente bronca. Total que en eso
que me preparo el desayuno, desayuno, preparo la mochila, busco la ropa,
la encuentro, me la pongo, busco las zapatillas, encuentro una, grito,
encuentro otra, me golpeo varias veces en codos, rodillas y meñiques; me
las
pongo, busco las llaves, las encuentro, salgo de casa y corro cual cerdo
vietnamita endiablado ocurre que inexplicablemente llego a las 8. Es decir, llego a tiempo. Increíble pero cierto.
Pensé que había sido casualidad, que no habría visto bien el reloj o
algo por lo que dejé el asunto correr en paz. Pero esa misma tarde tenía que estar
a las 18:00 en la Universidad Católica de Valencia. Por lo que me
conciencio de que no debo llegar tarde (porque era el 1º dia) y busco
cómo llegar. Todo cayó en saco roto, me fui a las 17:30 sin saber dónde
estaba exactamente la universidad, perdí el autobús (mejor dicho paso de largo el
autobús) así que me ves corriendo detrás de él parada tras parada. Hasta que al
final harto cojo
un taxi mal me pese que la uni estuviese insultantemente cerca. Sin embargo la fatalidad sigue acechándome pues pasamos de largo con el taxi la universidad
pues ni el taxista ni yo la reconocimos. Al final bajé en las torres de
Quart y corriendo me metí en la universidad para preguntar dónde estaba la propia universidad.
Sí, lo sé, una situación bastante estúpida. Al final entre risas y sudores la
encontré y pese a toda esta odisea apenas provocó que llegara sólo con 5 minutos de retraso.
Por supuesto todas estas aventuras están plagadas de personajillos
extrambóticos y molongos, como la niña que encontre que por mochila de
ruedas llevaba un carro de la compra y que no paraba de reir
estúpidamente bajo la mirada crítica de la que parecia su madre, que
insistentemente le aseguraba que -de seguir asi llegaria "calentita a
casa"-. O cómo olvidar el encuentro con Rafa Tarín, tutor y persona de
vestuario escaso e higiene dudosa. Igual de
emocionante ha sido
encontrar a la mujer con lápices en el pelo, o el profesor
de matematicas, mezcla entre cantante del rock, reventado y feo como el
mismo, y una loca de estas de chiguagua en el bolso, rollo Paris
Hilton. Que se cargo a un tal Antonio al ponerle un 1.3 en un examen.
Tampoco puedo olvidar a las dos niñas que jugaban a las palmas gritando
como condenadas y moviéndose como si animadoras fueran dando el cante delante de todo el vagón. Y por niñas me refiero a un par de quinceañeras
En fin que estoy es lo que hay: un mundo de locos eso si, con prisa. (25/03/2009)
Grandes hazañas que se han repetido a lo largo de la historia. A voz de pronto recuerdo una muy destacable, de cómo casi no entro al primer examen del segundo día de Selectividad. Sin embargo, tras otra dosis de gran suerte conseguí llegar a la hora. Mal me pese que llegué infartado, pues la falta que acarreaba no llegar a la hora en la Selectividad era mucho más grave que las anteriormente referidas.
Mas como os aseguro, sigue siendo así mi vida. Y no hace mucho pude volver a comprobarlo. Para ser más concretos el pasado viernes. A las 9:30 debía estar en la plaza de la Reina, pues debía ir a McDonald's para recoger el finiquito. Desperté a eso de las 9:18 y galopando y encomendándome a los dioses volé por Valencia. De tal modo que a las 9:38 estaba en el lugar convenido. De nuevo atacado y resollando.
Un ventana a la mente de un estudiante de sociología que observa perplejo aquello que le rodea y que siente la necesidad, en ocasiones, de dejar por escrito qué historias se pueden esconder detrás de todas las cosas.
lunes, 25 de marzo de 2013
Conceptos trigonométricos
¿Sabes cuál es esa sensación cuando algo te da más que dentera o
repelús? Sí, hablo de esa misma. Ese efecto que recorre tu cuerpo de
sopetón por el rechineo de unos dientes, el arañazo en una pizarra o el
infernal sonido que produce el tenedor al rayar un plato de porcelana. Quizás nunca le hayáis puesto un nombre, yo hoy sí. Hoy, y a partir de hoy, denomino a esa infame impresión "gurruspina"
Y como el culo, cada uno tiene su propia gurruspinina. Esa debilidad secreta que nos saca de quicio, nos desconcierta pero que, por razones desconocidas y que escapan a nuestro entendimiento, nos hace gracia e incluso intentamos volver a experimentar. La gurruspinina es, en definitiva, un ente dual. Repudiado y buscado por el placer de la experiencia.
Pero... ¿es la gurruspinina un fenómeno desconocido? Lo cierto es que es bastante desconocido de cara al público, hoy mismo me he topado con una chica que desconocía el significado de "gurruspinina" (lógico, puesto que lo he bautizado así hoy). De hecho, ha sido esta ignorancia la que me ha empujado a escribir las primeras líneas sobre la gurrupina. Sin embargo, pese a todo, el mundo lo ha notado en algún momento dado. No cabe duda de que la mayor singularidad de la gurruspina reside en la dualidad de la que hemos hecho mención anteriormente.
Si bien es cierto que desagrada, tiene un poder de atracción que no puede pasarse por alto. La tentación a repetirlo una o incluso dos o tres veces más. Y esto no es curioso estando rodeado. Chirriar una puerta puede desagradarte, pero esto bien puede ser compensado por la cara o el sufrimiento de quien te exhorta retorciéndose sobre su propio sufrimiento a que dejes de hacerlo. Lo realmente curioso reside en las veces en las que uno está solo. Cara a cara ante ese objeto desconocido que ha aflorado en tu queso, asqueado lo miras pero sientes un impulso insalvable de olerlo u observarlo de cerca. Puede incluso, en función de la curiosidad del actor, tocarlo o ¡hasta saborearlo! Aunque aquí ya no hablemos de gurruspinina si no de "guarrindonguería".
Porque si de algo se nos puede culpar al conjunto de la humanidad es de haber hecho el típico comentario: -Tío ¡qué asco! A ver... Oh tío ¡¡por Dios!!
Y como el culo, cada uno tiene su propia gurruspinina. Esa debilidad secreta que nos saca de quicio, nos desconcierta pero que, por razones desconocidas y que escapan a nuestro entendimiento, nos hace gracia e incluso intentamos volver a experimentar. La gurruspinina es, en definitiva, un ente dual. Repudiado y buscado por el placer de la experiencia.
Pero... ¿es la gurruspinina un fenómeno desconocido? Lo cierto es que es bastante desconocido de cara al público, hoy mismo me he topado con una chica que desconocía el significado de "gurruspinina" (lógico, puesto que lo he bautizado así hoy). De hecho, ha sido esta ignorancia la que me ha empujado a escribir las primeras líneas sobre la gurrupina. Sin embargo, pese a todo, el mundo lo ha notado en algún momento dado. No cabe duda de que la mayor singularidad de la gurruspina reside en la dualidad de la que hemos hecho mención anteriormente.
Si bien es cierto que desagrada, tiene un poder de atracción que no puede pasarse por alto. La tentación a repetirlo una o incluso dos o tres veces más. Y esto no es curioso estando rodeado. Chirriar una puerta puede desagradarte, pero esto bien puede ser compensado por la cara o el sufrimiento de quien te exhorta retorciéndose sobre su propio sufrimiento a que dejes de hacerlo. Lo realmente curioso reside en las veces en las que uno está solo. Cara a cara ante ese objeto desconocido que ha aflorado en tu queso, asqueado lo miras pero sientes un impulso insalvable de olerlo u observarlo de cerca. Puede incluso, en función de la curiosidad del actor, tocarlo o ¡hasta saborearlo! Aunque aquí ya no hablemos de gurruspinina si no de "guarrindonguería".
Porque si de algo se nos puede culpar al conjunto de la humanidad es de haber hecho el típico comentario: -Tío ¡qué asco! A ver... Oh tío ¡¡por Dios!!
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