martes, 23 de septiembre de 2014

¿Has visto eso? Sí, ha sido crudelísimo.

La pregunta con la que el lector debe comenzar es sencilla: ¿qué significa crudelísimo? Para dar respuesta a tal cuestión hay que remontarse algo atrás en el tiempo, en concreto hace unos minutos cuando hablando con Bea acerca de nuestras impresiones matutinas del día a día, he recordado el concepto de crudélico del que emana crudelísimo. Concepto que estábamos poniendo en práctica a lo largo y ancho de nuestra conversación.

El crudelismo no es más que la exageración en su última instancia de la crudeza y la crueldad. Un ensañamiento inesperado e innecesario por parte del destino u otro agente que se focaliza en un hecho o en una persona. Como siempre, recuerdo al lector nuestra tendencia exacervada a la exageración y al dramatismo en su estado más superlativo acerca de toda cuestión que, relevante o no, nos rodea. Una especie de condimentación personal que dota de un significado único a las historias. De esta forma todo se vuelve mucho más interesante. Bien, aclarada la cuestión sumergámonos en la historia de hoy. 

Ayer resultó ser el día europeo sin coches y aunque Karlos Arguiñano ya me había avisado de ello, no fue hasta que me encontré con la encantadora Faty cuando comprendí lo práctico del día: el autobús era gratis. Así pues, ni corto ni perozoso, aunque con el alma rota por haber malgastado hasta 3 viajes ese día en metro; me dirigí a la parada del 71. Autobús cuya ruta coincide, o llegó a coincidir, con todos los puntos clave o pilares en los que se organizaba mi vida. Allá donde necesitara ir el 71 se prestaba a transportarme. Pese a que recordaba la odisea que suponía cogerlo, el aliciente de la gratuitidad unido al hecho de que Carlos iba a acompañarme durante gran parte del recorrido salvaba en gran medida la casi hora que le costaba llegar a mi casa. Amén de que con el traslado de vivienda ya no me deja en la puerta puerta.

En la parada esperaba el autobús y en su puerta el conductor se fumaba tranquilamente su cigarrillo. Dada el escepticismo que me suscitaba, le pregunté si era cierto que no debía pagar, a lo que el hombre con voz cansina de tanto repetirlo pero con la sonrisa automática de quien trabaja al público día sí día también me asintió. "Entra sin problemas."

Dentro llegó el momento crudelísmo. Sentado junto a Carlos vimos como un muchacho entró embalado al bus con la tarjeta en la mano. En su cara la determinación de realizar el ritual de pasarlo por la máquina a la espera de escuchar el pitidito que legitima a ser un pasajero. Tras él, el conductor hablando por el móvil. Todo se sucedió en un instante. El conductor viendo al muchacho con la tarjeta en la mano gritó un autoritario -¡NO!- Que si bien asustó al pobre estudiante, no bastó para evitar su pago. Perplejo se giró en busca de una respuesta. Todo el autobús se había detenido. Ambos eran el centro de atención.

El conductor resignado le dijo al incauto que era el día del bus gratis y éste avergonzado y frustrado caminó por el pasillo del autobús como quien se dirige a su juicio final hasta perderse en el fondo con la mirada perdida. Mientras tanto, y viene aquí lo crudelísimo, el conductor del autobús le contaba a la persona con quien hablaba lo que acaba de pasar.

-Sí tío, un idiota ha vuelto a pagar. Y mira que he intentado pararlo. Pero oye chico, no puedo estar siendo la niñera de todo el mundo. 

Acompañando a estas declaraciones, las risas de medio autobús hicieron los coros perfectos en lo que sería la sinfonía de la vergüenza pública de aquel pobre estudiante del que jamás se volvió a saber. Quién sabe... a lo peor es de esas personas vergonzosas y ahora mismo ya se ha mudado a un nuevo continente buscando comenzar una nueva vida. O quizá he vuelto a pasarme con la condimentación dramática y realmente sólo fue una anécdota sin mayor trascendencia. Eso ya os lo dejo a vosotros.

Nos vemos.