jueves, 28 de agosto de 2014

Mi imperio por un destornillador

Pertrechado con medio destornillador comienza la batalla definitiva entre el cuarto tornillo y mi decisión por quitarlo para liberar la televisión de su horrible peana. Como os digo, medio destornillador es mi única arma ahora mismo. ¿Por qué medio? Su historia se remonta ya varios meses atrás cuando de nuevo un combate fruto de mi determinación por lograr algo se saldó en una victoria pírrica. Cierto es que pudimos abrir el coco con el que nos habíamos encaprichado para ver la película pero el precio a pagar fue partir en dos el destornillador. Aunque finalmente abrimos, o mejor dicho logramos destruir y reducir a su mínima expresión el coco, no fue con el destornillador, lo que hubiese sido un consuelo menor por haberse partido; sino con uno de los anillos que se añaden a la mancuerna para subir su peso.

Va, ya que hablamos de esto, hablemos. Recuerdo que el planteamiento al problema de cómo abrir el coco fue el siguiente: abriré el coco con un destornillador y un objeto contundente a fin de imitar el cincel y el martillo. Resquebrajaré la dura corteza y todo será felicidad. El plan, fruto de una evolución que provocó el dilucidar el uso de herramientas y un sistema para abrirlo dio al traste rápidamente. El armazón del coco en una llamada a la supervivencia encontró en mí una amenaza a la que combatir. Y he de decir que con bastante éxito dado que estropeó (y ahora lo recuerdo) no uno sino dos destornilladores. La frustración iba en aumento mientras mi entretenida compañera veía jocosa cómo se desarrollaban los acontecimientos. Finalmente y volviendo varios eslabones atrás en la evolución en cuanto a ingenio se refiere, opté por descartar del sistema al destornillador y emplear sencillamente la fuerza bruta. El anillo a modo de martillo golpeó el yunque que improvisamos con el radiador metálico al coco en un espectáculo de masacre y aniquilación. No fueron pocos los golpes que hubo que dar hasta que finalmente el coco resquebrajó dejando salir a chorro su líquido elemento. Mas la victoria era mía y nadie podía quitármela.

Huelga decir que los restos de aquel enconado coco fueron enterrados con todos los honores con los que se puede reconocer a un rival digno y honorable.

Y aunque esta no es la historia que he comenzado a relatar sí que era necesaria para entender por qué se me resistían esta mañana un puñado de tornillos pequeños. De esta forma se comprende el tener que emplear artísticamente otros objetos con el fin de suplir mi perdido destornillador.

Retomando a los cuatros tornillos:

El primero no ha supuesto un gran reto, de hecho casi ha sido demasiado fácil. Como si se tratara del encargado de empujarme a la trampa. Apenas he tardado unos segundos quitándolo con mis propias manos. Los otros dos han requerido más maña pero las llaves haciendo las delicias de los mejores destornilladores posibles han cumplido con su cometido y no he tardado más de 10 minutos entre ambos. Sin embargo el verdadero terror se ha desatado con el último, que imitando al coco de antaño, se ha aferrado al anclaje de tal modo que parecía hasta indigno desatornillarlo. Descartadas las llaves por su nulo efecto sobre él, he empuñado de nuevo el medio destornillador. He cruzado la diagonal del comedor y mirando fijamente a la peana de la televisión que reposaba grácilmente sobre el sofá, he jurado lograr mi objetivo. El tornillo, conocido en los suburbios de las peores ferreterías como Ironscrew, con toda la dignidad que pudo reunir me dijo:

-Anclado me hallo y como buen herraje jamás cejaré en mi intento por unir cosas imposibles-

Cabía esperar una declaración tan solemne... se trataba de un tornillo sí, pero con cabeza de estrella. Y además dramática.

En ese momento llaman a la puerta. Sin dejar de mirar a Ironscrew me dirijo a hacia ella. Mi padre ha llegado. Conforme entra en escena las cosas están claras. Hay que desmontar la peana. Me aparta sacando un destornillador en condiciones y con mirada cansina me dice:

-¿Cuánto tiempo llevas con este drama? Mira que eres romancero...-

Y lo desatornilla.

viernes, 22 de agosto de 2014

Una de paranoias.

Es increíble la cantidad de cosas que están sucediendo cada vez que pienso -las cosas ahora están tranquilas- y es que como una vez le dije a Cortezas "me da a mi que esta historia aún da de sí". La historia a la que me refería, mi gran odisea, no es el motivo de esta entrada. Gracias a los dioses. No, se trata de otra cosa.

Hoy hablo de paranoias. En concreto iba a hablar de una historia que hace poco ha sucedido, pero entre que pasó y que me he decidido a escribir sobre ella han pasado dos más. Así pues vamos a enfocar esto desde tres focos distintos. Paranoia afectante, aquella paranoia en la que sin comerlo ni beberlo me encuentro metido. Es la paranoia original sobra la que iba a escribir. Pero no temáis ahora os contaré. La segunda es la paranoia propia, bastante cargante durante su existencia aunque con un buen final: soy idiota. Por último la paranoia ajena focalizada en mi. Puede que se confunda con la primera pero en seguida entenderemos las diferencias. Sustancialmente la diferencia reside en que mientras que en la primera la paranoia existe antes de mi intervención, en la segunda es mi sola existencia la que desencadena dicha reacción. Pero vayamos al mejunje.

1- Paranoia Afectante.

En estas que me encuentro felizmente con una persona (a la que en adelante llamaremos paraNoia) tras un tiempo sin vernos. Debido a su naturaleza desenfada y quizá algo rebelde decidió hacerse un nuevo piercing en la oreja. Hasta aquí todo es normal. La historia de terror se sucede tras la perforación. En un alarde irracional y Dios sabe bajo la influencia de qué mente maligna Noia decide que en el procedimiento para la perforación se empleó una aguja contaminada con el VIH con lo que el contagio es seguro. Es decir, en su mente tierna y embotada el caballero de la lanza punzante cuyo trabajo depende no sólo de saber hacer correctamente agujeritos por doquier en cuantos cuerpos se presten a ellos, sino de la seguridad con la que los hace; decide saltarse el procedimiento y emplear una aguja infectada.

Ni que decir tiene que daba igual luchar contra viento y marea con Noia e intentar cambiar su parecer al respecto de la supuesta infección de VIH. Pues era obvio para Noia que dicho caballero había empleado material no esteril (probablemente dejando que alguien sidoso se enyoncara primero) saltándose las normas de sanidad. 

Sea como fuere y ante el cerrazón en banda por la paranoia el VIH campa por mi cuerpo es aquí donde entra mi participación en la paranoia. Da igual la de veces que tuviera que explicar la imposibilidad del tema yonkismo y aguja empleada o la duda razonable de -ya puestos por qué no hepatitis u otra enfermedad, ¿por qué VIH?- no pude convencerla de lo contrario. La paranoia ganaba la batalla. Aunque lo peor de todo era que me ponía de los nervios. Gracias a los dioses finalmente ha remitido y todo ha quedado en una jocosa (e incluso vergonzosa) anécdota. 

2- Paranoia propia 

Más de uno de vosotros (en el mejor de los casos seréis más de tres los que me leáis) sabe que no soy el valiente ser que jamás teme nada. Historias con el incansable Cristóbal avalan un pasado de temor y miedos. La noche misma de la paranoia ajena afectante tuve mi propia paranoia. Esta divertida y entrañable paranoia fue provocada por ver dos vídeos chusteros de miedo (cortesía de Finofilipino) y la desbordante imaginación que de vez en cuando le da por tornarse en contra mía. Y esta vez encontré sumamente perturbador el escaso pasillo de mi casa, oscuro y que acaba en la habitación vacía que hay. De esta habiación... en fin. Son más de las tres de la mañana y la paranoia empieza a resurgir a medida que escribo. Retocaré esta parte mañana tranquilamente a las doce mientras el sol radiante entra por la ventana del comedor y me achicharra un poco el perfil izquierdo de la cara. 

3- Paranoia ajena focalizada

Esta he de reconocer que me ha hecho bastante gracia. Hacía tiempo que no me pasaba una de estas. Resulta que volvía tranquilamente, a eso de las diez pasadas de la noche, del otro lado de la avenida del cid. Mis pintas tampoco es que fueran excesivamente chungas pero se ve que han sido suficientes para que una mujer de mediana edad encontrara peligroso nuestro cruce simultáneo de la pasarela. Ya no sólo las miradas y apretar el paso, no. Esta vez, superando las barreras conocidas, la mujer ha sacado de su bolso un pequeño botecito. Una suerte de spray que a todas luces parecía un spray de pimienta. Esto me ha hecho plantearme dos cosas muy seriamente:

1- ¿Tanta pinta de agresor tengo? ¿Puede que haya llegado en serio a considerar la posibilidad de la agresión sexual? 

En fin, no creo que deba hacer una pequeña parrafada explicando el porqué de lo idiota de esta suposición dada mi naturaleza bondadosa y sobre todo amparándonos en la presunción de la buena voluntad.. Aunque bueno, ya lo he hecho... ups.

2- ¿Y si hubiese sido al revés?

Me refiero a qué hubieses pasado si hubiese sido yo el que ostensiblemente hubiese actuado de forma irracional presuponiendo que era ella la que me iba a hacer algo malo... Ya me lo imagino llegando a suplicar que no lo hiciera o mejor aún llamando a alguien pidiendo auxilio. No sé, seguro que algún humillante caso se habrá dado en el que una mujer haya atracado violentamente a un descuidado joven. La situación es casi cómica, pero se puede dar. Total esto es España. Aquí todo puede ocurrir...


sábado, 16 de agosto de 2014

Hasta que cierre el Quirós.

El silencio no lo apreciamos como deberíamos. El silencio es un bien escaso y más en los tiempos que corren, tiempos llenos de aglomeraciones, bares, vehículos... Cuesta encontrar el silencio. Un silencio capaz de asustarnos por lo inédito que puede ser en nuestras vidas. El ruido va y viene pero siempre queda algo residual, algo que perturba la paz. 

De ruido los españoles sabemos. Y en Valencia, haciendo honor a la fama de ruidosos, lo somos como los que más. Adoramos el ruido, las explosiones. Las cosas son como son. Somos con diferencia los europeos más ruidosos, quizá los humanos más escandolosos que hay sobre la faz de la tierra. 

Recuerdo una vez, sí chicos esta entrada es una batallita, que pude comprobar empíricamente este hecho: que somos característicos por nuestro ruido. Hace ya bastantes años, pero sigo recordándola con asombro. Junto a unos pocos españoles más que conocí en Gales, estaba en lo alto de una muralla romana en Chester, una pequeña ciudad inglesa situada al noreste de Inglaterra, cerca de la frontera de Gales. Esta ciudad conserva aún completa la muralla romana y rodea toda la ciudad. En esa que estaba, como decía, en la muralla asomado a la calle principal que llevaba hasta el centro mismo de la ciudad. La calla estaba repleta de gente corriente, ingleses en su mayoría y algún que otro extranjero. La vida era apacible, o eso parecía. De pronto reparé en un tumulto, una especie de escuadrón de la antipaz que avanzaba inexiorable hacia mi pequeño grupo de españoles. El grupo se abría paso a gritos coreando canciones como -yo soy español- y otra serie de consignas que uno grita cuando está inmerso en esa extraña locura que es encontrarse con paisanos en un país extranjero. Pronto nos unimos a los cánticos, eran como la llamada de las sirenas para nuestros marineros oídos. Y entonces ocurrió. Hubo contacto visual entre los dos grupos. Hubo pasión y desenfreno, alegría y sorpresa a partes iguales. Como dos polos opuestos nos juntamos ambos grupos cantando y gritando de forma que todo el mundo supiese y escuchase que ahí y en ese momento se había conformado una pequeña embajada española. Los tópicos corrían, en pose torera y con una servilleta nos capeábamos, bailábamos jotas o jugábamos al pollito inglés (esto no es de por si castizo, pero sí la gracia y salero que hay que tener para hacerlo). Al final morimos en un Sturbucks cualquiera, pedimos y nos quejamos por los precios. 

Fue un momento mágico, entrañable y sobre todo ruidoso. 

Ahora todo está en silencio. Es hora de ir durmiendo.

H.G.