viernes, 22 de agosto de 2014

Una de paranoias.

Es increíble la cantidad de cosas que están sucediendo cada vez que pienso -las cosas ahora están tranquilas- y es que como una vez le dije a Cortezas "me da a mi que esta historia aún da de sí". La historia a la que me refería, mi gran odisea, no es el motivo de esta entrada. Gracias a los dioses. No, se trata de otra cosa.

Hoy hablo de paranoias. En concreto iba a hablar de una historia que hace poco ha sucedido, pero entre que pasó y que me he decidido a escribir sobre ella han pasado dos más. Así pues vamos a enfocar esto desde tres focos distintos. Paranoia afectante, aquella paranoia en la que sin comerlo ni beberlo me encuentro metido. Es la paranoia original sobra la que iba a escribir. Pero no temáis ahora os contaré. La segunda es la paranoia propia, bastante cargante durante su existencia aunque con un buen final: soy idiota. Por último la paranoia ajena focalizada en mi. Puede que se confunda con la primera pero en seguida entenderemos las diferencias. Sustancialmente la diferencia reside en que mientras que en la primera la paranoia existe antes de mi intervención, en la segunda es mi sola existencia la que desencadena dicha reacción. Pero vayamos al mejunje.

1- Paranoia Afectante.

En estas que me encuentro felizmente con una persona (a la que en adelante llamaremos paraNoia) tras un tiempo sin vernos. Debido a su naturaleza desenfada y quizá algo rebelde decidió hacerse un nuevo piercing en la oreja. Hasta aquí todo es normal. La historia de terror se sucede tras la perforación. En un alarde irracional y Dios sabe bajo la influencia de qué mente maligna Noia decide que en el procedimiento para la perforación se empleó una aguja contaminada con el VIH con lo que el contagio es seguro. Es decir, en su mente tierna y embotada el caballero de la lanza punzante cuyo trabajo depende no sólo de saber hacer correctamente agujeritos por doquier en cuantos cuerpos se presten a ellos, sino de la seguridad con la que los hace; decide saltarse el procedimiento y emplear una aguja infectada.

Ni que decir tiene que daba igual luchar contra viento y marea con Noia e intentar cambiar su parecer al respecto de la supuesta infección de VIH. Pues era obvio para Noia que dicho caballero había empleado material no esteril (probablemente dejando que alguien sidoso se enyoncara primero) saltándose las normas de sanidad. 

Sea como fuere y ante el cerrazón en banda por la paranoia el VIH campa por mi cuerpo es aquí donde entra mi participación en la paranoia. Da igual la de veces que tuviera que explicar la imposibilidad del tema yonkismo y aguja empleada o la duda razonable de -ya puestos por qué no hepatitis u otra enfermedad, ¿por qué VIH?- no pude convencerla de lo contrario. La paranoia ganaba la batalla. Aunque lo peor de todo era que me ponía de los nervios. Gracias a los dioses finalmente ha remitido y todo ha quedado en una jocosa (e incluso vergonzosa) anécdota. 

2- Paranoia propia 

Más de uno de vosotros (en el mejor de los casos seréis más de tres los que me leáis) sabe que no soy el valiente ser que jamás teme nada. Historias con el incansable Cristóbal avalan un pasado de temor y miedos. La noche misma de la paranoia ajena afectante tuve mi propia paranoia. Esta divertida y entrañable paranoia fue provocada por ver dos vídeos chusteros de miedo (cortesía de Finofilipino) y la desbordante imaginación que de vez en cuando le da por tornarse en contra mía. Y esta vez encontré sumamente perturbador el escaso pasillo de mi casa, oscuro y que acaba en la habitación vacía que hay. De esta habiación... en fin. Son más de las tres de la mañana y la paranoia empieza a resurgir a medida que escribo. Retocaré esta parte mañana tranquilamente a las doce mientras el sol radiante entra por la ventana del comedor y me achicharra un poco el perfil izquierdo de la cara. 

3- Paranoia ajena focalizada

Esta he de reconocer que me ha hecho bastante gracia. Hacía tiempo que no me pasaba una de estas. Resulta que volvía tranquilamente, a eso de las diez pasadas de la noche, del otro lado de la avenida del cid. Mis pintas tampoco es que fueran excesivamente chungas pero se ve que han sido suficientes para que una mujer de mediana edad encontrara peligroso nuestro cruce simultáneo de la pasarela. Ya no sólo las miradas y apretar el paso, no. Esta vez, superando las barreras conocidas, la mujer ha sacado de su bolso un pequeño botecito. Una suerte de spray que a todas luces parecía un spray de pimienta. Esto me ha hecho plantearme dos cosas muy seriamente:

1- ¿Tanta pinta de agresor tengo? ¿Puede que haya llegado en serio a considerar la posibilidad de la agresión sexual? 

En fin, no creo que deba hacer una pequeña parrafada explicando el porqué de lo idiota de esta suposición dada mi naturaleza bondadosa y sobre todo amparándonos en la presunción de la buena voluntad.. Aunque bueno, ya lo he hecho... ups.

2- ¿Y si hubiese sido al revés?

Me refiero a qué hubieses pasado si hubiese sido yo el que ostensiblemente hubiese actuado de forma irracional presuponiendo que era ella la que me iba a hacer algo malo... Ya me lo imagino llegando a suplicar que no lo hiciera o mejor aún llamando a alguien pidiendo auxilio. No sé, seguro que algún humillante caso se habrá dado en el que una mujer haya atracado violentamente a un descuidado joven. La situación es casi cómica, pero se puede dar. Total esto es España. Aquí todo puede ocurrir...


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